jueves, 18 de octubre de 2007

La Arcadia / 8 de Octubre 2007



También los libros son manos, manos que esculpen las palabras y espigan el aire. Manos que se alargan como un zarcillo, en pos de es metáfora que duerme entre sus páginas, manos que arañan y acarician, que pacifican nuestro sueño y nos golpean con una bofetada de presentida belleza.
Y los libros que son manos, buscan otras manos que los gratifiquen, que apacigüen su fiebre, que amansen el caudal desbocado de la sangre negra que los habita. La sangre tumultuosa de las imprentas.
Y las manos del libro, y las manos de su lector, ese lector que han elegido para siempre, se funden en unos nuevos esponsales.

Juan Manuel de Prada.


Yo soy un pez,

Un pez que va por el jardín,

tan libre como un árbol.

Soy un árbol, que tiene

raíces en el cielo,

como un pájaro.

Y soy también un pájaro,

y son míos los cielos,

las aguas y la tierra.

¿Por qué, si soy un pez,

un pájaro y un árbol,

la angustia de ser hombre

hace que todo

me resulte, de pronto,

tan extraño?

José Corredor-Matheos nació en Alcázar de San Juan (Ciudad Real) en 1929. Vive en Barcelona desde 1936. En 2005 obtuvo el Premio Nacional de poesía por “El don de la ignorancia” (Tusquets Editores).Este poema pertenece al libro “Un pez que va por el jardín”, que Tusquets publicará este otoño.



Escribir o levitar.
El poema es sólo el espejismo del poema que soñamos.
Hondo, al final de la llaga está el poema.

Rafael Pérez Estrada


La tía Daniela se enamoró como se enamoran siempre las mujeres inteligentes: como una idiota. Lo Había visto llegar una mañana, caminando con los hombros erguidos sobre un paso sereno y había pensado: "Este hombre se cree Dios". Pero al rato de oírlo decir historias sobre mundos desconocidos y pasiones extrañas, se enamoró de él y de sus brazos como si desde niña no hablara latín, no supiera lógica, ni hubiera sorprendido a media ciudad copiando los juegos de Góngora y Sor Juana como quien responde a una canción en el recreo.
Era tan sabia que ningún hombre quería meterse con ella, por más que tuviera los ojos de miel y una boca brillante, por más que su cuerpo acariciara la imaginación despertando las ganas de mirarlo desnudo, por más que fuera hermosa como la virgen del Rosario. Daba temor quererla porque algo había en su inteligencia que sugería siempre un desprecio por el sexo opuesto y sus confusiones.
Pero aquel hombre que no sabía nada de ella y sus libros, se le acercó como a cualquiera. Entonces la tía Daniela lo dotó de una inteligencia deslumbrante, una virtud de ángel y un talento de artista. Su cabeza lo miró de tantos modos que en doce días creyó conocer a cien hombres.
Lo quiso convencida de que Dios puede andar entre mortales, entregada hasta las uñas a los deseos y las ocurrencias de un tipo que nunca llegó para quedarse y jamás entendió uno solo de todos los poemas que Daniela quiso leerle para explicar su amor.
Un día, así como había llegado, se fue sin despedir siquiera. Y no hubo entonces en la redonda inteligencia de la tía Daniela un solo atisbo de entender qué había pasado.
Hipnotizada por un dolor sin nombre ni destino se volvió la más tonta de las tontas. Perderlo fue una larga pena como el insomnio, una vejez de siglos, el infierno.
Por unos días de luz, por un indicio, por los ojos de hierro y súplica que le prestó una noche, la tía Daniela enterró las ganas de estar viva y fue perdiendo el brillo de la piel, la fuerza de las piernas, la intensidad de la frente y las entrañas.
Se quedó casi ciega en tres meses, una joroba le creció en la espalda, y algo le sucedió a su termostato que a pesar de andar hasta en el rayo del sol con abrigo y calcetines, tiritaba de frío como si viviera en el centro mismo del invierno. La sacaban al aire como a un canario. Cerca le ponían fruta y galletas para que picoteara, pero su madre se llevaba las cosas intactas mientras ella seguía muda a pesar de los esfuerzos que todo el mundo hacía por distraerla.
Al principio la invitaban a la calle para ver si mirando las palomas o viendo ir y venir a la gente, algo de ella volvía a dar muestras de apego a la vida. Trataron todo. Su madre se la llevó de viaje a España y la hizo entrar y salir de todos los tablados sevillanos sin obtener de ella más que una lágrima la noche que el cantador estuvo alegre. A la mañana siguiente le puso un telegrama a su marido diciendo: "Empieza a mejorar, ha llorado un segundo". Se había vuelto un árbol seco, iba para donde la llevaran y en cuanto podía se dejaba caer en la cama como si hubiera trabajado veinticuatro horas recogiendo algodón. Por fin las fuerzas no le alcanzaron más que para echarse en una silla y decirle a su madre: "Te lo ruego, vámonos a casa".
Cuando volvieron, la tía Daniela apenas podía caminar y desde entonces no quiso levantarse. Tampoco quería bañarse, ni peinarse, ni hacer pipí. Una mañana no pudo siquiera abrir los ojos.
-¡Está muerta! - oyó decir a su alrededor y no encontró las fuerzas para negarlo.
Alguien le sugirió a su madre que ese comportamiento era un chantaje, un modo de vengarse en los otros, una pose de niña consentida que si de repente perdiera la tranquilidad de la casa y la comida segura, se las arreglaría para mejorar de un día para el otro. Su madre hizo el esfuerzo de abandonarla en el quicio de la puerta de la Catedral.
L
a dejaron ahí una noche con la esperanza de verla regresar al día siguiente, hambrienta y furiosa, como había sido alguna vez. A la tercera noche la recogieron de la puerta de la Catedral con pulmonía y la llevaron al hospital entre lágrimas de toda la familia.

Ahí fue a visitarla su amiga Elidé, una joven de piel brillante que hablaba sin tregua y que decía saber las curas del mal de amores. Pidió que la dejaran hacerse cargo del alma y del estómago de aquella náufraga. Era una creatura alegre y ávida. La oyeron opinar. Según ella el error en el tratamiento de su inteligente amiga estaba en los consejos de que olvidara. Olvidar era un asunto imposible. Lo que había que hacer era encauzarle los recuerdos, para que no la mataran, para que la obligaran a seguir viva.
Los padres oyeron hablar a la muchacha con la misma indiferencia que ya les provocaba cualquier intento de curar a su hija. Daban por hecho que no serviría de nada y sin embargo lo autorizaban como si no hubieran perdido la esperanza que ya habían perdido.
Las pusieron a dormir en el mismo cuarto. Siempre que alguien pasaba frente a la puerta oía a la incansable voz de Elidé hablando del asunto con la misma obstinación con que un médico vigila a un moribundo. No se callaba. No le daba tregua. Un día y otro, una semana y otra.
-¿Cómo dices que eran sus manos? - preguntaba. Si la tía Daniela no le contestaba, Elidé volvía por otro lado.
-¿Tenía los ojos verdes? ¿Cafés? ¿Grandes?
-Chicos - le contestó la tía Daniela hablando por primera vez en treinta días.
-¿Chicos y turbios?- preguntó la tía Elidé.
- Chicos y fieros - contestó la tía Daniela y volvió a callarse otro mes.
- Seguro que era Leo. Así son los de Leo - decía su amiga sacando un libro de horóscopos para leerle. Decía todos los horrores que pueden caber en un Leo. - De remate, son mentirosos. Pero no tienes que dejarte, tú eres de Tauro. Son fuertes las mujeres de Tauro.
- Mentiras sí que dijo - le contestó Daniela una tarde.
-¿Cuáles? No se te vayan a olvidar. Porque el mundo no es tan grande como para que no demos con él, y entonces le vas a recordar sus palabras. Una por una, las que oíste y las que te hizo decir.
-No quiero humillarme.
-El humillado va a ser él. Si no todo es tan fácil como sembrar palabras y largarse.
-Me iluminaron -defendió la tía Daniela.
- Se te nota iluminada - decía su amiga cuando llegaban a puntos así.
Al tercer mes de hablar y hablar la hizo comer como Dios manda. Ni siquiera se dio cuenta cómo fue. La llevó a una caminata por el jardín. Cargaba una cesta con fruta, queso, pan, mantequilla y té. Extendió un mantel sobre el pasto, sacó las cosas y siguió hablando mientras empezaba a comer sin ofrecerle.
- Le gustaban las uvas - dijo la enferma.
- Entiendo que lo extrañes.
Sí - dijo la enferma acercándose un racimo de uvas -. Besaba regio. Y tenía suave la piel de los hombros y la cintura.
-¿Cómo tenía? Ya sabes - dijo la amiga como si supiera siempre lo que la torturaba.
- No te lo voy a decir - contestó riéndose por primera vez en meses. Luego comió queso y té, pan y mantequilla.
- ¿Rico? - le preguntó Elidé.
- Sí - le contestó la enferma empezando a ser ella.
Una noche bajaron a cenar. La tía Daniela con un vestido nuevo y el pelo brillante y limpio, libre por fin de la trenza polvorosa que no se había peinado en mucho tiempo.
Veinte días después ella y su amiga habían repasado los recuerdos de arriba para abajo hasta convertirlos en trivia. Todo lo que había tratado de olvidar la tía Daniela forzándose a no pensarlo, se le volvió indigno de recuerdo después de repetirlo muchas veces. Castigó su buen juicio oyéndose contar una tras otra las ciento veinte mil tonterías que la había hecho feliz y desgraciada.
- Ya no quiero ni vengarme - le dijo una mañana a Elidé -. Estoy aburridísima del tema.
- ¿Cómo? No te pongas inteligente - dijo Elidé-. Éste ha sido todo el tiempo un asunto de razón menguada. ¿Lo vas convertir en algo lúcido? No lo eches a perder. Nos falta lo mejor. Nos falta buscar al hombre en Europa y África, en Sudamérica y la India, nos falta
encontrarlo y hacer un escándalo que justifique nuestros viajes. Nos falta conocer la galería Pitti, ver Florencia, enamorarnos en Venecia, echar una moneda en la fuente de Trevi. ¿Nos vamos a perseguir a ese hombre que te enamoró como a una imbécil y luego se fue?
Habían planeado viajar por el mundo en busca del culpable y eso de que la venganza ya no fuera trascendente en la cura de su amiga tenía devastada a Elidé. Iban a perderse la India y Marruecos, Bolivia y el Congo, Viena y sobre todo Italia. Nunca pensó que podría convertirla en un ser racional después de haberla visto paralizada y casi loca hacía cuatro meses.

- Tenemos que ir a buscarlo. No te vuelvas inteligente antes de tiempo - le decía.
- Llegó ayer - le contestó la tía Daniela un mediodía.
- ¿Cómo sabes?
- Lo vi. Tocó en el balcón como antes.
- ¿Y qué sentiste?
- Nada.
-¿Y qué te dijo?
- Todo.
- ¿Y qué le contestaste?
- Cerré.
-¿Y ahora? - preguntó la terapista.
- Ahora sí nos vamos a Italia: los ausentes siempre se equivocan.
Y se fueron a Italia por la voz del Dante: "Piovverà dentro a l'alta fantasía."

De Mujeres de ojos grandes

Un cuento de Angeles Mastretta




Crónica Literaria de Antonio Cuartero

Nueva temporada y nuevos aires. Comenzamos nuestro primer número de la crónica literaria.

El “IX Premio Manuel Alcántara” para periodistas jóvenes organizado por el Diario Sur y la Universidad de Málaga con una dotación de 6000 euros ha sido otorgado a Jesús Martínez Fernández con su reportaje “El rap del extrarradio”. Este trabajo narra la forma de ver la vida que tienen los grupos de hip-hop y como lo expresan en sus canciones.

Además se han dado tres menciones especiales a Nacho Mirás, Leticia Álvarez y Damián Weizman.

La Expo Zaragoza 2008, Laberinto de las Artes y Escuela de Escritores convocan el Concurso Cuentos del Agua. De esta manera y siguiendo el tema de la próxima exposición internacional se pretende animar a los escritores hispanohablantes a trabajar con el agua como elemento creativo y que sirva de base o fuerza motriz para el relato. El concurso tiene una dotación de 6.000 euros y la publicación de diez relatos finalistas en la antología Cuentos del Agua. El plazo finaliza el 30 de noviembre.

El programa Hoy por Hoy de la cadena ser junto con Escuela de escritores han convocado un concurso de micro cuentos semanales. En el que cada cuento tiene que comenzar con la última frase del cuento ganador de la semana anterior en este caso “En ese instante, todos supimos que jamás volveríamos a vernos”. Tiene una dotación de 6000 euros por el mejor relato de la temporada. Cada martes se dará a conocer el ganador y cada viernes termina el plazo de presentación de los relatos.



Las manos se cogen de otras manos y los ojos se quedan fijos en tus ojos... Es el principio de la historia de nuestros corazones.

Es una noche de Mayo, brilla la luna, y el suave olor de plantas aromáticas se esparce por el aire. He dejado mi flauta olvidada y tú no has acabado de tejer tu guirnalda...

Nuestro amor es tan simple como una canción.

Tu velo azafranado me encandila. La corona de jazmines que has trenzado para mí me inunda el alma como un dulce piropo... Jugamos a dar y a hacer como que damos, a aparecer y a escondernos. Sonrisas, timideces, dulces peleas en broma...

Nuestro amor es tan simple como una canción.

No hay misterio en este amor más allá de lo que se ve, ni deseo de alcanzar lo imposible, ni oscuridades tras el encanto, ni búsquedas en el abismo de la penumbra...

Nuestro amor es tan simple como una canción.

Las palabras no nos sumen en un eterno callar, ni elevamos al vacío las manos por encima de toda esperanza. Unicamente dar y recibir... No hemos pisado el gozo hasta extraerle el vino de la pena...

Nuestro amor es tan simple como una canción.


Rabindranath Tagore

El jardinero



Comentarios al atardecer. Antonio Cuartero

SEDA.

Alessandro Baricco

De pequeñas y delicadas puntadas Baricco ha construido esta preciosa novela. Es una novela corta que se lee del tirón pero que no os dejará indiferentes.

Herve Goncear es el protagonista de la historia. Un criador de gusanos de seda, que tendrá que hacer un viaje al lejano Japón para poder salvar Lavilledieu, su pueblo, pues una plaga ha arrasado los gusanos de Europa y necesitan nuevos gusanos para la nueva temporada. Todos por unanimidad eligen a Hervé para que vaya a Japón. Lo que no sabrán es que Hervé pronto ansiará volver. Allí ha encontrado algo maravilloso que lo cambiará para siempre. Este es el camino por el que anda el autor en la novela pero lo que esconde a su alrededor es impresionante, una bruma parece rodearlo todo pero conforme se vaya avanzando en la lectura esta se disipará para haceros ver un paisaje que os dejará sin habla.

El lenguaje que utiliza el autor es sencillísimo y quizás sea esta su mayor relevancia pues te hace bailar por esta novela, no sabría decir de amor, o desamor, deseo, o simplemente de la vida.

Alessandro Baricco su autor dice lo siguiente de ella “esta no es una novela. Ni siquiera es un cuento. Ésta es una historia”

Este autor italiano ha tenido un éxito gigantesco con esta novela, en España ya llega a su 41ª edición. Baricco comenzó como crítico musical, luego comenzó su etapa literaria que es la que lo lanzó a la fama entre sus novelas y ensayos destacando: “Tierras de cristal”, “City”, “Sin Sangre”, “Homero, Iliada”. Además fundó en Turín una escuela de técnicas de escritura llamada Holden (protagonista del Guardián entre el Centeno, como homenaje a Salinger su autor). Esta escuela ha tenido un éxito clamoroso y ha servido como un fuerte incentivo para la creación literaria de nuevas promesas.

Baricco cuenta una pequeña anécdota de la novela que nos hace pensar sobre el destino y las coincidencias. Lavilledieu, es el pueblo donde transcurre la acción de la novela, el autor cuenta que para encontrar este nombre ficticio cogió un mapa de Francia, eligió a dedo dos pueblos y formó un vocablo con las dos palabras. Cuando la novela tuvo tan clamoroso éxito. Para sorpresa de Baricco, le llegó una carta del alcalde del pueblo Lavilledieu, ¡Existía de verdad! Proponiéndole que una visita al pueblo para inaugurar su biblioteca, además le contaba que en el siglo XIX, el verdadero Lavilledieu, habían tenido fábricas de gusanos de seda. Baricco se quedó sin palabras. Y aceptó encantado la propuesta del alcalde.

Poco nos queda por decir ya de esta novela, solo que si la leéis el eco de su música os durará siempre.


Hay una vida mejor, pero es carísima. Porque es carísimo dejar todo y salir al camino, pero vale la pena porque la vida anda al aire libre. Me gusta ese peligro y también me gustan las iglesias, tanto góticas, me gustan las francesas y las nórdicas y las otras.

Las fábricas me arruinan el paisaje y siempre estoy listo para el viaje.





1 comentario:

LaPeceraDePoe dijo...

Preciosa la historia de Angeles Mastretta, todos tenemos que pasar por las fases y hasta que éstas no se van cerrando, no podremos vivir en paz.
Me ha encantado.