martes, 13 de marzo de 2007

LA ARCADIA I


Bienvenidos a este viaje por territorios nuevos, de paz, alegría, incertidumbre, soledad… Salgamos del invierno, conduzcámonos por aguas nuevas, que el azul del mar nos haga encontrarnos, en la primavera que comienza y hace huir los hielos del Norte, con mundos desconocidos y por descubrir, dejemos de ser islas perdidas y unámonos a esta nave que se hace a la mar en nuestro primer programa.

Os invitamos a acompañarnos a lo largo del periplo viajero que se nos avecina. Nuestra biblioteca marinera espera, llena de estantes vacíos dispuestos a recibir vuestras experiencias literarias, adelante, sin miedo, haceros oir y aportad a nuestra búsqueda de la Arcadia la fuerza, todos tenéis algo que traer.

Son tiempos nuevos que llegan en un mundo a la búsqueda de su propio destino, a la espera de descubrimientos, eliminación de fronteras, a salvo de miedos ancestrales y fobias inútiles. Venid, venid, este es vuestro lugar.

MI PEQUEÑA LECTORA


Lee un libro demasiado complicado para su edad, pienso, Esta sentada, tímidamente, en el último asiento del autobús. Con las piernas recogidas, dándole una apariencia aún más pequeña. En su regazo descansa un grueso libro, no alcanzo a distinguir nada que pueda identificarlo pero puedo ver que tiene un porte noble. Ella no levanta la vista en ningún momento. Su mirada esta totalmente fija en lo que esta leyendo. No mira en ninguna otra dirección solo a aquellas páginas abiertas. Es rubia, y su largo cabello le cae parcialmente sobre su rostro. Viste un bonito uniforme de colegiala, jersey de pico, falda de cuadros, calcetines hasta las rodillas y sus zapatitos negros. Intuyo que tiene unos siete u ocho años.

El autobús esta atestado. Es primera hora de la mañana, y no puedo acercarme mucho a ella. Pero es una imagen, tremenda, no se si definirla como sagrada o esperpéntica. Aquella niña rubia leyendo con pasión en medio de un autobús lleno de gente, no sé, si sobra ella o sobra todo lo demás. Pese a los constantes bamboleos del vehículo, las frenadas y los acelerones no levanta la vista en ningún momento. Las risas, gritos, conversaciones, insultos, nada la distrae, ni el estar comprimida en su asiento, ni el ambiente sofocante. Solo son ella y su libro. Tengo que bajarme y lo hago no sin cierta pesadumbre y echándole por última vez una mirada a la peculiar chiquilla.

Pasaron varias semanas hasta que volví a verla. Una mañana cuando me subí rutinariamente a mi autobús estaba allí. Sentada, en el mismo asiento, con la misma ropa, pero peinada de forma diferente, y seguía con el mismo libro. No levantó la vista en ningún momento nada era tan importante como aquel libro. Esta vez no pude evitar la tentación de acercarme más a ella y así lo hice, y pude averiguar más cosas sobre el libro. Era viejo, creo, muy viejo y usado pues sus tapas marrones así lo demostraban al igual que sus páginas. No pude leer el titulo ni saber de la obra que se trataba por la distancia prudencial en la que me había posicionado. No me perdonaría haberla interrumpido en algo como aquello. De nuevo me llegó el turno de irme, era mi parada. Miré de nuevo a mi querida lectora pensando y preguntándome que es lo que leía tan apasionadamente pese a su corta edad.

Hasta meses después no nos volvimos a encontrar. Como siempre se encontraba en su asiento, en su posición y con su libro, aquel misterioso libro, que leía con toda dedicación. Esta vez me acerqué más, no quería interrumpirla pero ansiaba saber el título de aquel libro, saber más sobre ese absorbente libro. Pude distinguir con más precisión que se trataba de un libro muy antiguo, sus páginas estaban amarillas y muy dañadas. Y vi que sus páginas estaban completamente llenas de anotaciones, frases subrayadas, palabras destacadas, signos de interrogación o admiración en varios párrafos. ¿Entendía una niña de tan corta edad todo eso?

No quise indagar más aún, no quería interrumpir aquel acto, aquella dedicación era algo casi íntimo, algo que no debía mirar. Llegó mi parada y me baje, despidiéndome silenciosamente de mi pequeña lectora.

Allí estaba de nuevo, todo igual. Esta vez no pude evitar la tentación, tenía que saber más de ese libro, debía que descubrir ese libro. Me senté a su lado. Y con rápidas y curiosas miradas leí entre líneas aquellas páginas. Tenía que saber que libro era ese que te ataba con tal esclavitud. Solo capté ciertas palabras, “te amo mi amor”, “Te escribo”, mi otra parte”, “¿cuándo nos volveremos a ver? y “me encanta que te encante”. Palabras sin sentido para mi y que no me desvelaban nada. Llegó mi hora y me fui.

Paso mucho tiempo hasta que volvimos a encontrarnos. Todo igual. Esta vez tenía que saberlo, tenía que enterarme de que libro se trataba. Me senté a su lado y dejé que mi parada pasase y un tiempo después el autobús paró y ella se levantó. Fue como si de pronto hubiera aterrizado en aquel autobús. Parecía que lo miraba todo por primera vez. Por mi solo paso una rápida mirada. Cerró el libro… ¡y pude ver su cubierta! Pero… ¡¡ Dios!! Era tal la vejez del libro que el uso había borrado todo rastro de su identidad. ¡No me lo podía creer! Me quede mudo, no podía ni pensar, aquel misterio parecía vedado para mi. Se levanto, cogió su mochila y se fue.

Durante muchos trayectos nos fuimos encontrando, ella siempre igual, siempre en la misma posición, con su misma actitud y su libro, siempre su libro. Muchas veces cogía el autobús solo con la esperanza de encontrarme con ella y saber, saber que era todo aquello, qué libro era aquel, quién era ella.

Poco a poco pude ver como crecía como cambiaba físicamente, como cambiaba su forma de vestir, sus peinados, sus perfumes incluso, pero su actitud y su libro estuvieron allí siempre a largo de los años. Para mi la imagen de aquella niña, pues pese a que ya era una mujer para mi la seguía viendo como tal, era un regalo, una esperanza, un pequeño beso. Nunca le pregunté nada, ni hable con ella, nunca supe nada del misterioso libro. Y me pregunto constantemente ¿Qué guardaba aquel libro entres sus páginas para estar toda una vida leyéndolo?

ANTONIO CUARTERO NARANJO


PASIÓN
Rodrigo Leäo/Lula Pena

No, no digas que yo me muero
Amor, mi vida es sufrimiento
Yo te quiero en mi camino
Por vos cambiaba mi destino
Ay, abrazame esta noche
Y aunque no tengas ganas
Prefiero que me mientas
Tristes breves nuestras vidas
Acercate a mí, abrazame a ti por Dios
Entregate a mis brazos
Tengo un corazón ganando
Yo sé que vos me estas escuchando
Con mis lagrimas te quiero
Pasión, sos mi amor sincero
Ay, abrazame esta noche
Y aunque no tengas ganas
Prefiero que me mientas
Tristes breves nuestras vidas
Acercate a mí, abrazame a ti por Dios
Entregate a mis brazos

sábado, 3 de marzo de 2007

La esperanza...¡¡¡


La dejaba entrar por la tarde, abriéndole un poco la hoja de mi ventana que da al jardín, y la mano descendía ligeramente por los bordes de la mesa de trabajo apoyándose apenas en la palma, los dedos sueltos y como distraídos, hasta venir a quedar inmóvil sobre el piano, o en el marco de un retrato, o a veces sobre la alfombra color vino.
Amaba yo aquella mano porque nada tenía de voluntariosa y sí mucho de pájaro y de hoja seca. ¿Sabía ella algo de mí? Sin titubear llegaba a la ventana por las tardes, a veces de prisa – con su pequeña sombra que de pronto se proyectaba sobre los papeles – y como urgiendo que le abriese; y otras lentamente, ascendiendo por los peldaños de la hiedra donde, a fuerza de escalarla, había calado un camino profundo. Las palomas de la casa la conocían bien; con frecuencia escuchaba yo de mañana un arrullar ansioso y sostenido, y era que la mano andaba por los nidos, ahuecándose para contener los pechos de tiza de los más jóvenes, la pluma áspera de los machos celosos. Amaba las palomas y los bocales de agua fresca; cuántas veces la encontré al borde de un vaso de cristal, con los dedos levemente mojados en el agua que se complacía y danzaba. Nunca la toqué; comprendía que aquello hubiera sido desatar cruelmente los hijos de un acaecer misterioso. Y muchos días anduvo la mano por mis cosas, abrió libros y cuadernos, puso su índice – con el cual sin duda leía – sobre mis más bellos poemas y los fue aprobando uno a uno.

………...................................

Yo sé que no volverá más. Tan torpe conducta puso en su inocencia la altivez y el rencor. ¡Yo sé que no volverá más¡ ¿Por qué reprochármelo, palomas, calmando allá arriba por la mano que no retorna a acariciarlas? ¿Por qué afanarse así, rosa de Flandes, si ella no te incluirá ya nunca en sus dimensiones prolijas? Haced como yo, que he vuelto a sacar cuentas, a ponerme mi ropa, y que paseo por la ciudad el perfil de un habitante correcto.
Julio Cortázar
Nació en Bruselas el 26 de Agosto de 1914, de padres argentinos. Llegó a la Argentina a los cuatro años. Paso la infancia en Bánfield, se graduó como maestro de escuela e inició estudios en la Universidad de Buenos Aires, los que debió abandonar por razones económicas. Trabajó en varios pueblos del interior del país. Enseñó en la Universidad de Cuyo y renunció a su cargo por desavenencias con el peronismo. En 1951 se alejó del país y desde entonces trabajó como traductor independiente de la UNESCO, en París, viajando constantemente dentro y fuera de Europa. Tras varias publicaciones, en 1951, publica Bestiario: ya surge el Cortázar deslumbrante por su fantasía y su revelación de mundos nuevos que irán enriqueciéndose en su obra futura; los inolvidables tomos de relatos, los libros que desbordan toda categoría genérica (poemas-cuentos-ensayos…)

LLamando a las puertas...¡¡¡

LA CRIATURA DE ISLA...

La criatura de isla paréceme, no sé por qué,
una criatura distinta.
Más leve, más sutil,
más sensitiva.
Si es flor, no la sujeta la raíz; si es pájaro,
su cuerpo deja un hueco en el viento;
si es niño, juega a veces con un petrel,
con una nube...
La criatura de isla
trasciende siempre al mar que la rodea
y al que no la rodea.
Va al mar, viene del mar y mares pequeñitos
se amansan en su pecho,
duermen a su calor
como palomas.
Los ríos de la isla son más ligeros que los otros ríos.
Las piedras de la isla parece que van a salir volando...
Ella es toda de aire y de agua fina.
Un recuerdo de sal,
de horizontes perdidos, la traspasa en cada ola,
y una espuma de barco naufragado le ciñe la cintura,
le estremece la yema de las alas...
Tierra firme llamaban los antiguos a todo lo que no fuera isla.
La isla es, pues,
lo menos firme,
lo menos tierra de la Tierra.
DULCE MARIA LOINAZ
Poeta cubana nacida en La Habana en 1902 y fallecida en 1997. Después de Doctorarse en Leyes, colaboró con las más prestigiosas publicaciones de su país y viajó muchas veces por Europa, Asia y América. Su poesía expresa la feminidad con ciertas pinceladas impresionistas y un toque íntimo como el de pocas poetisas caribeñas. En 1986 recibió el premio Nacional de Literatura de su país, en 1991 el Premio de la Crítica y en 1992 el premio Cervantes, convirtiéndose desde entonces en directora de la Academia Cubana de la Lengua.