miércoles, 23 de mayo de 2007

LA ARCADIA VIII


Hay en los dominios de la fantasía bellas comarcas en donde los árboles suspiran y los arroyos cristalinos se deslizan cantando por entre orillas esmaltadas de flores, a perderse en el azul mar. Lejos de estas comarcas, muy lejos de ellas, hay una región terrible y misteriosa en donde los árboles elevan al cielo sus descarnados brazos de espectro y en donde el silencio y la oscuridad proyectan sobre el alma rayos intensos de sombría desolación y de muerte.
Y en lo más siniestro de esa región de sombras, hay un castillo, un castillo negro y grande, con torreones almenados, con su galería ojival ya derruida y un foso lleno de aguas muertas y malsanas.
Yo la conozco, conozco esa región terrible. Una noche, emborrachado por mis tristezas y por el alcohol, iba por el camino tambaleándome como un barco viejo al compás de las notas de una vieja canción marinera. Era una canción la mía en tono menor, canción de pueblo salvaje y primitivo, triste como un canto luterano, canción serena de una amargura grande y sombría, de la amargura de la montaña y del bosque. Y era de noche. De repente, sentí un gran terror. Me encontré junto al castillo, y entré en una sala desierta; un alcotán, con un ala rota, se arrastraba por el suelo.
Desde la ventana se veía la luna, que ilumina a con su luz espectral el campo yerto y desnudo; en los fosos se estremecía el agua intranquila y llena de emanaciones. Arriba, en el cielo, el brillante Arturus resplandecía y titilaba con un parpadeo misterioso y confidencial. En la lejanía las llamas de una hoguera se agitaban con el viento. En el ancho salón, adornado con negras colgaduras, puse mi cama de helechos secos. El salón estaba abandonado; un braserillo, donde ardía un montón de teas, lo iluminaba. Junto a una pared del salón había un reloj gigantesco, alto y estrecho como un ataúd, un reloj de caja negra que en las noches llenas de silencio lanzaba su tictac metálico con la energía de una amenaza.
«¡Ah! Soy feliz -me repetía a mí mismo-. Ya no oigo la odiosa voz humana, nunca, nunca.»
Y el reloj sombrío medía indiferente las horas tristes con su tictac metálico.
La vida estaba dominada; había encontrado el reposo. Mi espíritu gozaba con el horror de la noche, mejor que con las claridades blancas de la aurora.
¡Oh! Me encontraba tranquilo, nada turbaba mi calma; allí podía pasar mi vida solo, siempre solo, rumiando en silencio el amargo pasto de mis ideas, sin locas esperanzas, sin necias ilusiones, con el espíritu lleno de serenidades grises, como un paisaje de otoño.
Y el reloj sombrío medía indiferente las horas tristes con su tictac metálico. En las noches calladas una nota melancólica, el canto de un sapo me acompañaba.
-Tú también -le decía al cantor de la noche- vives en la soledad. En el fondo de tu escondrijo no tienes quien te responda más que el eco de los latidos de tu corazón.
Y el reloj sombrío medía indiferente las horas tristes con su tictac metálico.
Una noche, una noche callada, sentí el terror de algo vago que se cernía sobre mi alma; algo tan vago como la sombra de un sueño en el mar agitado de las ideas. Me asomé a la ventana. Allá en el negro cielo se estremecían y palpitaban los astros, en la inmensidad de sus existencias solitarias; ni un grito, ni un estremecimiento de vida en la tierra negra. Y el reloj sombrío medía indiferente las horas tristes con su tictac metálico.
Escuché atentamente; nada se oía. ¡El silencio, el silencio por todas partes! Sobrecogido, delirante, supliqué a los árboles que suspiraban en la noche que me acompañaran con suspiros; supliqué al viento que murmurase entre el follaje, y a la lluvia que resonara en las hojas secas del camino; e imploré de las cosas y de los hombres que no me abandonasen, y pedí a la luna que rompiera su negro manto de ébano y acariciara mis ojos, mis pobres ojos, turbios por la angustia de la muerte, con su mirada argentada y casta. Y los árboles, y la luna, y la lluvia, y el viento permanecieron sordos. Y el reloj sombrío que mide indiferente las horas tristes se había parado para siempre.
El reloj
Pio Baroja

I..
No busquen ser originales. El ser distinto es inevitable cuando uno no se preocupa de serlo.

II.
No intenten deslumbrar al burgués. Ya no resulta. Éste sólo se asusta cuando le amenazan el bolsillo.

III.
No traten de complicar al lector, ni buscar ni reclamar su ayuda.

IV.
No escriban jamás pensando en la crítica, en los amigos o parientes, en la dulce novia o esposa. Ni siquiera en el lector hipotético.

V.
No sacrifiquen la sinceridad literaria a nada. Ni a la política ni al triunfo. Escriban siempre para ese otro, silencioso e implacable, que llevamos dentro y no es posible engañar.

VI.
No sigan modas, abjuren del maestro sagrado antes del tercer canto del gallo.

VII.
No se limiten a leer los libros ya consagrados. Proust y Joyce fueron despreciados cuando asomaron la nariz, hoy son genios.

VIII.
No olviden la frase, justamente famosa: 2 más dos son cuatro; pero ¿y si fueran 5?

IX.
No desdeñen temas con extraña narrativa, cualquiera sea su origen. Roben si es necesario.

X.
Mientan siempre.

XI.
No olviden que Hemingway escribió: "Incluso di lecturas de los trozos ya listos de mi novela, que viene a ser lo más bajo en que un escritor puede caer."

El decálogo
Juan Carlos Onetti

Crónica Antonio Cuartero

Nos encontramos ya a finales del mes de mayo y este no deja de traernos actos muy interesantes.

Se convoca el I Concurso de Fotografía submarina “Universidad de Málaga-AUAS”. Se llevará a cabo el 9 de junio en la Playa de Torrecilla en Nerja. El concurso se realizará por parejas. El plazo de inscripción es hasta el 7 de junio y costará 40 euros. Organiza Universidad de Málaga y Asociación universitaria de actividades subacuáticas.

Nuestro ciclo de cine de Europa continua, viajamos a Suecia con “La Vergüenza” de Ingmar Bergman. El viernes 25 de Mayo a las 21: horas en el Paraninfo de la Universidad. La entrada será gratuita hasta completar aforo.

El centro cultural de la Generación del 27, para finalizar este mes de Mayo nos presenta la conferencia de Vicente Molina Foix sobre “Alexaindre, Lorca, Alberti: cartas al fantasma” presentado por Marcos Rodríguez Espinosa. El miércoles 23 de mayo en el salón de Plenos de la Diputación de Málaga.

El ayuntamiento de Benalmádena abre las puertas esta semana a un acto muy interesante. La presentación de la obra de teatro “El principito” de Antoine Saint-Exupery a cargo del grupo teatral “Estrellas del Silencio” pertenecientes al Hospital psiquiátrico penitenciario de Sevilla. El 25 de mayo en la casa de la cultura de Arroyo de la miel, y comenzará a las 19:00 horas. Organiza AFESOL (Asociación de familiares y personas con enfermedad mental de la costa del sol) en colaboración con el área de cultura del Ayuntamiento de Benalmádena.

El teatro Canovas de Málaga presenta para el mes de junio una carta de actos muy completa, el primer acto será III Festival de teatro con títeres, objetos y visual, que correrá a cargo del grupo teatral “Tirititeros de Binéfar” que representará “El hombre cigüeña”. El 1 de junio a las 21:00 horas. Las siguientes semanas os iremos informando de su interesante programación

Y para finalizar os anunciamos que la semana que viene comienza la feria del libro de Málaga, desde el día 25 de Mayo al 3 de Junio y la podréis encontrar en el Paseo del Parque de Málaga y abrirá sus puertas todos los días de once de la mañana a dos y de seis de la tarde a diez de la noche.

Para más información consultar, uma.es, malagaes.com, malaga, es, dpm-cultura.org, o en nuestro blog la-arcadia.blogspot.com

Hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba. Y venga hablar. Yo soy una mujer de mi casa. Pero aquella criada gorda no hacía más que hablar, y hablar, y hablar. Estuviera yo donde estuviera, venía y empezaba a hablar. Hablaba de todo y de cualquier cosa, lo mismo le daba. ¿Despedirla por eso? Hubiera tenido que pagarle sus tres meses. Además hubiese sido muy capaz de echarme mal de ojo. Hasta en el baño: que si esto, que si aquello, que si lo de más allá. Le metí la toalla en la boca para que se callara. No murió de eso, sino de no hablar: se le reventaron las palabras por dentro.

Max Aub

Cuanto más bella es la vida
más feroces sus zarpazos,
cuantos más frutos consigo,
más cerca estoy de perder.
Por una caricia tuya
toco el cielo con las manos,
pero sé que si te marchas,
tocaré el suelo otra vez.
¡Grita al mundo!, ¡rompe el aire!
hasta que muera tu voz,
"que el amor es un misterio
y que importa sólo a dos
"Correremos por las calles,
gritaremos tú y yo,
"que el amor es un misterio
y que importa sólo a dos
"Yo no quiero causar pena
sólo por mi condición
de mujer rota en esencia
y herida en el corazón.
No habrá un hombre en este mundo
que me vuelva a hacer caer,
porque sé que si te marchas
besaré el suelo otra vez.
Cuando llegue el huracán,
que seguro ha de venir
por marcharte de mis brazos,
por alejarte de mí,
pensaré que fuímos grandes,
pensaré que fuímos dos,
tú en tu cuerpo..., yo en el mío...,
...y un solo corazón.

Luz Casal

Hay siempre un pasajero invisible en todos los viajes, una maleta oculta, un rostro al que nadie mira. Cuando se abre la ventana del vagón, el viento mueve la cortina y desordena fugazmente la hojas de un periódico donde aparecen fotografías de una guerra que es todas las guerras, edificios de una ciudad confundida en la memoria de varias ciudades, mensajes cifrados, promesas de placer o de huida. Pero nadie se fija en la fecha de ese diario, nadie ha visto a esa sombra que recorre las calles, se interna en la umbría del bosque o se aleja entre la multitud por andenes y pasillos de aeropuertos. En su equipaje están los sueños, lo que no sucedió y alguna vez fue posible, lo que dejamos al margen, las otras vidas. Y tal vez el secreto de todos los viajes.
En la mirada ausente el niño que espera en el andén se encierra un mundo. Cruzan lentos los trenes bajo el sol del mediodía de agosto. Muchos años después, esa luz será la única certeza de quien se sabe ya otro: la misma luz que inunda un paisaje frío de ventanas sin aire, un vértigo de muros gastados, cable, tejados con antenas; la estela de luz sobre el mar, el fulgor de los días indolentes, el verano que nunca ha de volver.
Un hombre está ahora sentado en el andén. Por un instante piensa en aquel niño que solía imaginarse en el próximo siglo mientras pasaban trenes de los que, a veces, descendían pasajeros extraños y le miraban sólo a él, como si quisieran contarle el final de una historia.
Viejos puentes de hierro entre colinas ocres, túneles cuya entrada apenas cierran unas tablas mohosas. De la linea abandonada no quedan ya ni los raíles: sólo un sendero impreciso bordea el terraplén y algunas señales van dejando una advertencia inútil. Quién recuerda ese trayecto, esa breve distancia recorrida con lentitud de carruaje, los intervalos de oscuridad, el reflejo del sol en el agua, las casa blancas cerca de la orilla. Quien esperaba en andenes ya definitivamente vacíos, quién se despidió en madrugadas de invierno sobre un fondo de vagones de madera y hollín y caras ateridas. El tiempo es aquí una vía muerta, una estación cerrada y unas flores que crecen en las grietas del suelo, muy cerca del asfalto y del humo, en la neutra superficie del olvido.
Una ciudad, de noche, y un cuarto de hotel. Ya no se escucha el ruido de la calle. En el silencio que sólo altera una lejana música vulgar, alguien recoge su equipaje y sabe que no van a reconocerle: el tiempo, ese pasajero oscuro, inadvertido.
El pasajero / Antonio Jiménez Millán

martes, 15 de mayo de 2007

LA ARCADIA VII



"Existe la literatura superficial pero es efímera.
Sin embargo, la que echa raíces en la vida humana
y ha pasado la huella del tiempo resulta ser un testimonio más directo e intenso
que la Historia o que cualquier tratado de sociología"

Mario Vargas Llosa




Escribir una novela es pegar ladrillos. Escribir un cuento es vaciar en concreto. No sé de quién es esa frase certera. La he escuchado y repetido desde hace tanto tiempo sin que nadie la reclame, que a lo mejor termino creyendo que es mía. Hay otra comparación que es pariente pobre de la anterior: el cuento es una flecha en el centro del blanco y la novela es cazar conejos. En todo caso esta pregunta del lector ofrece una buena ocasión para dar vueltas una vez más, como siempre, sobre las diferencias de dos géneros literarios distintos y sin embargo confundibles. Una razón de eso puede ser el despiste de atribuirle las diferencias a la longitud del texto, con distinciones de géneros entre cuento corto y cuento largo. La diferencia es válida entre un cuento y otro, pero no entre cuento y novela.
El cuento más corto que conozco es del guatemalteco Augusto
Monterroso, reciente premio Príncipe de Asturias. Dice así: "Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí".
Nada más. Hay otro de
Las mil y una noches, cuyo texto no tengo a la mano, y que me produce retortijones de envidia. Es el cuento de un pescador que le pide prestado un plomo para su red a la mujer de otro pescador, con la promesa de regalarle a cambio el primer pescado que saque, y cuando ella lo recibe y lo abre para freírlo le encuentra en el estómago un diamante del tamaño de una almendra.
Más que el cuento mismo, alucinante por su sencillez, éste me interesa ahora porque plantea otro de los misterios del género: si la que presta el plomo no fuera una mujer sino otro hombre, el cuento perdería su encanto: no existiría. ¿Por qué? ¡Quién sabe! Un misterio más de un género misterioso por excelencia.
Las Novelas ejemplares de
Cervantes son de veras ejemplares, pero algunas no son novelas. En cambio Joseph Conrad escribió Los duelistas, un cuento también ejemplar con más de ciento veinte páginas, que suele confundirse con una novela por su longitud. El director Ridley Scott lo convirtió en una película excelente sin alterar su identidad de cuento. Lo tonto a estas alturas sería preguntarnos si a Conrad le habría importado un pito que lo confundieran.
La intensidad y la unidad interna son esenciales en un cuento y no tanto en la novela, que por fortuna tiene otros recursos para convencer. Por lo mismo, cuando uno acaba de leer un cuento puede imaginarse lo que se le ocurra del antes y el después, y todo eso seguirá siendo parte de la materia y la magia de lo que leyó. La novela, en cambio, debe llevar todo dentro. Podría decirse, sin tirar la toalla, que la diferencia en última instancia podría ser tan subjetiva como tantas bellezas de la vida real.
Buenos ejemplos de cuentos compactos e intensos son dos joyas del género: "
La pata de mono", de W.W. Jacobs, y "El hombre en la calle", de Georges Simenon. El cuento policíaco, en su mundo aparte, sobrevive sin ser invitado porque la mayoría de sus adictos se interesan más en la trama que en el misterio. Salvo en el muy antiguo y nunca superado Edipo rey, de Sófocles, un drama griego que tiene la unidad y la tensión de un cuento, en el cual el detective descubre que él mismo es el asesino de su padre.
El cuento parece ser el género natural de la humanidad por su incorporación espontánea a la vida cotidiana. Tal vez lo inventó sin saberlo el primer hombre de las cavernas que salió a cazar una tarde y no regresó hasta el día siguiente con la excusa de haber librado un combate a muerte con una fiera enloquecida por el hambre. En cambio, lo que hizo su mujer cuando se dio cuenta de que el heroísmo de su hombre no era más que un cuento chino pudo ser la primera y quizás la novela más larga del siglo de piedra.
No sé qué decir sobre la suposición de que el cuento sea una pausa de refresco entre dos novelas, pero podría ser una especulación teórica que nada tiene que ver con mis experiencias de escritor. Tanteando en las tinieblas me atrevería a pensar que no son pocos los escritores que han intentado los dos géneros al mismo tiempo y no muchas veces con la misma fortuna en ambos. Es el caso de William Somerset Maugham, cuyas obras -como las de Hemingway- son más conocidas por el cine. Entre sus cuentos numerosos no se puede olvidar "P&O" -siglas de la compañía de navegación Pacific and Orient- que es el drama terrible y patético de un rico colono inglés que muere de un hipo implacable en mitad del océano Índico.
Ernest
Hemingway es un caso similar. Tan conocido por el cine como por sus libros, podría quedarse en la historia de la literatura sólo por algunos cuentos magistrales. Estudiando su vida se piensa que su vocación y su talento verdaderos fueron para el cuento corto. Los mejores, para mi gusto, no son los más apreciados ni los más largos. Al contrario, dos de ellos son de los más cortos -"Un canario para regalo" y "Un gato bajo la lluvia"-, y el tercero, largo y consagratorio, "La breve vida feliz de Francis Macomber".
Sobre la otra suposición de que el cuento puede ser un género de práctica para emprender una novela, confieso que lo hice y no me fue mal para aprender a escribir El otoño del patriarca. Tenía la mente atascada en la fórmula tradicional de Cien años de soledad, en la que había trabajado sin levantar cabeza durante dos años. Todo lo que trataba de escribir me salía igual y no lograba evolucionar para un libro distinto. Sin embargo, el mundo del dictador eterno, resuelto y escrito con el estilo juicioso de los libros anteriores, habrían sido no menos de dos mil páginas de rollos indigestos e inútiles. Así que decidí buscar a cualquier riesgo una prosa comprimida que me sacara de la trampa académica para invitar al lector a una aventura nueva.
Creí haber encontrado la solución a través de una serie de apuntes e ideas de cuentos aplazados, que sometí sin el menor pudor a toda clase de arbitrariedades formales hasta encontrar la que buscaba para el nuevo libro. Son cuentos experimentales que trabajé más de un año y se publicaron después con vida propia en el libro de La cándida Eréndira: "Blacamán el bueno vendedor de milagros", "El último viaje del buque fantasma", que es una sola frase sin más puntuación que las mínimas comas para respirar, y otros que no pasaron el examen y duermen el sueño de los justos en el cajón de la basura. Así encontré el embrión de El otoño..., que es una ensalada rusa de experimentos copiados de otros escritores malos o buenos del siglo pasado. Frases que habrían exigido decenas de páginas están resueltas en dos o tres para decir lo mismo, saltando matones, mediante la violación consciente de los códigos parsimoniosos y la gramática dictatorial de las academias.
El libro, de salida, fue un desastre comercial. Muchos lectores fieles de Cien años... se sintieron defraudados y pretendían que el librero les devolviera la plata. Para colmo de peras en el olmo la edición española se desbarataba en las manos por un defecto defábrica, y un amigo me consoló con un buen chiste: "Leí el otoño hoja por hoja". Muchos persistieron en la lectura, otros la lograron a medias y con el tiempo quedaron suficientes cautivos para que no me diera pena seguir en el oficio. Hoy es mi libro más escudriñado en universidades de diversos países, y las nuevas generaciones pueden leerlo como si fuera el crepúsculo de un Tarzán de doscientos años. Si alguien protesta y lo tira por la ventana es porque no le gusta pero no porque no lo entienda. Y a veces, por fortuna, no ha faltado alguien que lo recoja del suelo.

¿Todo cuento es un cuento chino?
Gabriel García Márquez




ABRAZADO A LA TRISTEZA
He salido a la calle abrazado a la tristeza:
vi lo que no mira nadie y me dio vergüenza y pena.
Soledad que te pegas a mi alma
en la dulce soledad de este campo de otoño.
No hay momentos de sosiego.
Rebeldía pura de amores sin amores.
Ilusiones puras y puros conformismos
intentando levantar el espíritu nostálgico
de querer estar contigo y nunca estarlo.
Los llantos desconsolados que estrangulan las gargantas;
los ancianos encorvados: parece que la tierra les llama.
Volverás de vez en cuando a estas tierras agrietadas
y verás de nuevo a quien te ama borracho;
borracho de amores y libertades.
Y también de vinos por olvidarte. Borracho...
Me da pena que se admire el valor en la batalla;
menos mal que con los rifles no se matan las palabras.
Y si surgen saludos y palabras
tal vez notes la dureza de mi estilo
queriendo no herirte en nada,
y en mi soledad sólo herirme yo mismo.
La justicia está arrestada por orden de la avaricia;
el dinero que te salva es el mismo que te asesina.
Y verás sin duda el resurgir poderoso del guerrero
sin miedo a leyes ni a nostalgias
y lo verás caer una y mil veces y levantarse de nuevo,
con la pura bandera de su raza.
Soledad de amores triste y pura,
soledad de amores y locura.
No me des más esperanzas: sé que todo son mentiras;
sacos llenos de agujeros para guardar alegrías.
Y verás sin duda el resurgir poderoso del guerrero
sin miedo a leyes ni a nostalgias
y lo verás caer una y mil veces y levantarse de nuevo,
con la pura bandera de su raza.
Me da pena que se admire el valor en la batalla;
menos mal que con los rifles no se matan las palabras.
Soledad de amores triste y pura,
soledad de amores y locura.

Fito y Manolo Chinato



-¿Qué me quiere, señor ? -Niña, hoderte.
-Dígalo más rodado. -Cabalgarte.
-Dígalo a lo cortés. -Quiero gozarte.
-Dígamelo a lo bobo. -Merecerte.
-¡Mal haya quien lo pide de esa suerte,
y tú hayas bien, que sabes declararte!
y luego ¿qué harás ? -Arremangarte,
y con la pija arrecha acometerte.
-Tú sí que gozarás mi paraíso.
-¿Qué paraíso ? Yo tu coño quiero,
para meterle dentro mi carajo.
-¡Qué rodado lo dices y qué liso!
-Calla, mi vida, calla, que me muero
por culear teniéndote debajo.
Anónimo

martes, 8 de mayo de 2007

LA ARCADIA VI


Buenas tardes compañeros de viaje,

naveguemos por esta biblioteca que hoy, de nuevo,

se hace a la mar bamboleándose sobre las olas de libros antiguos, nuevos, futuros…

entremos en su mundo y escojamos historias que nos hagan enamorarnos del hermoso arte

de escribir, del maravilloso placer de leer.

Hoy entramos en el mundo de los cuentos, todos, cuentos grandes, chicos, minicuentos…

vidas de historias en páginas cortas.

¿Nos acompañas?

Sonidos de la vieja Irlanda, recuerdos de algún viajero venido de allá,

tiempo para la memoria que suena a radio antigua,

a cerveza y charla de barra entre viejos marinos que saben de batallas ganadas

o perdidas a la brava mar… amores de puertos olvidados, fríos, oscuros;

cantinas alegres llenas de humos prohibidos... de putas borrachas y navajas al aire.




Escribo a mano y hago muchas, muchas correcciones. Diría que tacho más de lo que escribo. Tengo que buscar cada palabra cuando hablo, y experimento la misma dificultad cuando escribo. Después hago una cantidad de adiciones, interpolaciones, con una caligrafía diminuta.



Me gustaría trabajar todos los días. Pero a la mañana invento todo tipo de excusas para no trabajar: tengo que salir, hacer alguna compra, comprar los periódicos. Por lo general, me las arreglo para desperdiciar la mañana, así que termino escribiendo de tarde. Soy un escritor diurno, pero como desperdicio la mañana, me he convertido en un escritor vespertino. Podría escribir de noche, pero cuando lo hago no duermo. Así que trato de evitarlo.



Siempre tengo una cantidad de proyectos. Tengo una lista de alrededor de veinte libros que me gustaría escribir, pero después llega el momento de decidir que voy a escribir ese libro.



Cuando escribo un libro que es pura invención, siento un anhelo de escribir de un modo que trate directamente la vida cotidiana, mis actividades e ideas. En ese momento, el libro que me gustaría escribir no es el que estoy escribiendo. Por otra parte, cuando estoy escribiendo algo muy autobiográfico, ligado a las particularidades de la vida cotidiana, mi deseo va en dirección opuesta. El libro se convierte en uno de invención, sin relación aparente conmigo mismo y, tal vez por esa misma razón, más sincero.


COMO ESCRIBO
Italo Calvino





En el café “La Felicidad” hay muchas cosas interesantes. Una de ellas, Pimienta, un chico de doce años o poco más. Su verdadero nombre es Taha Sanqar, pero se le conoce por Pimienta. Está en el café desde las primeras horas de la mañana hasta la noche, para acercar la candela a los que quieren fumar un narguilé.


Ya se sabe que los motes no son injustificados, pero éste está especialmente bien puesto: el muchacho es vivo, ágil, acude como una avispa antes de que el cliente haya acabado de llamarlo. No para en todo el tiempo de moverse ni de hablar.


Trabaja allí desde hace un año por una piastra al día, además de su narguilé, y una taza de té por la mañana y otra después de la comida. Con esto está más que satisfecho. Se siente orgulloso cada vez que piensa que se gana el sustento y puede disponer de una piastra; así que, como él dice: “Yo, feliz y contento”.


No por eso cree que está todo hecho. Su meta inmediata está en el día en que el patrón lo autorice a llenar y servir los narguilés, trabajo que supone el ascenso de “chico” a “mozo”... después... ¡Quién puede predecir adónde llegará!


Consecuente con su ambición, ejercita sin parar sus cuerdas vocales, voceando las consumiciones. Y es que en un café popular una buena garganta es tan importante como en una academia de canto.


Una de las cosas que más le gustan a Pimienta del café “La Felicidad” es la tertulia de estudiantes que se reúne allí las tardes de los días de fiesta y en vacaciones. Se acomodan en un rincón. Charlan. Juegan al chaquete. Beben té y jengibre. Son gentes del pueblo, pobres, igual que los demás clientes, pero los estudios se les han subido a la cabeza; se sienten superiores y mantienen las distancias. Han dejado de vestir el yillab, aunque alguno siga llevando calzado de madera.


Se reúnen a pasar el rato. Mientras sorben su té o su jengibre, uno cualquiera de ellos lee en alto un periódico vespertino. Los otros lo escuchan. A continuación se lanzan a comentarlo y discutirlo larga y apasionadamente.

Una tarde Pimienta entendió por primera vez lo que decían, y se llevó una gran alegría. Acababan de leer, entre otras cosas, la noticia del juicio incoado contra un alto funcionario acusado de corrupción.

Automáticamente se encendieron los comentarlos...


-¡Este ha caído en manos de la ley por casualidad! ¡Hay otros muchos que deberían estar en la cárcel, pero la justicia hace la vista gorda!


...y fueron haciéndose más directos y menos contenidos:


-El mal no está sólo en los funcionarios; hay otros... ya me entienden, peores y todavía más canallas. ¡En este país, si estuviera bien equilibrada la balanza de la Justicia, estarían llenas las cárceles y vacíos los palacios!


Rivalizaban en sacar a relucir nombres, en despellejarlos y en rebozarlos por el lodo, con voces alteradas, fuera de sí:


-Fíjense en Fulano, sin ir más lejos... ¿saben cómo ha amasado su inmensa fortuna?... (y acto seguido enumeraban los atropellos y los robos con que había conseguido hacer dinero. Se daban tantos detalles que parecía estar contándolo el propio secretario o administrador del interesado).
No dejaron de hacer la disección de ningún personaje importante. Las vidas se interpretaban a gusto del consumidor. Se barajaban defectos. La frase que servía de trampolín era:


-¿Y saben cómo ha amasado su fortuna Fulano?...


Todo lo demás salía después.


Uno de ellos concluyó, furibundo:


-¡En este país el robo está permitido!


Pimienta entendió la frase sin dificultad, aunque había sido dicha en lengua culta. Le gustó. Una pasión enterrada revivió en su interior: ¡Qué bien suena eso de que éste es un país de ladrones! ¡Caramba, de modo que el robo está permitido aquí! Pimienta... lleva lo de robar en la sangre; ha sido criado a pechos del robo. Es a lo que está acostumbrado desde la cuna: su madre, que trabaja como vendedora de manzanas, se dedica en los ratos libres a “encontrar” alguna que otra gallina “perdida”, y su padre, el tío Sanqar, vendedor ambulante de cacahuetes, es muy aficionado a llevarse la ropa tendida en los patios, y tiene una habilidad especial para escurrir el bulto. A pesar de todas estas “ayudas”, la familia no prospera.

Aquella noche tuvo un final desagradable para Pimienta. Cuando volvió a su casa, mejor dicho a la habitación donde vivían todos, encontró a su madre levantada todavía, preocupada y desconsolada, rodeada de sus hijas, llorosas. El chico se asustó al encontrarse con aquello. Antes de darle tiempo a preguntar, su madre le explicó: “Un policía se ha llevado a tu padre”. Pimienta comprendió la situación. Se acercó a su hermana mayor, y ésta le dijo algo más: que lo habían denunciado por robar unas camisas y unos calzones, y que se lo habían llevado a la comisaría. Después de un momento de silencio añadió que, por lo menos, tenía cárcel para unos cuantos meses, o quizá años.


Pimienta no veía a su padre casi nunca: por la noche ya estaba dormido cuando éste volvía de sus vagabundeos, y por la mañana salía para el café antes de que su padre se hubiese levantado. A pesar de esto, contagiado por el ambiente, se puso triste y lloró.

De pronto recordó lo que había oído por la tarde y se acercó a contárselo a su madre:... que el país estaba lleno de ladrones, y que el robo era legal... La mujer no estaba para fantasías; lo apartó, le chilló agriamente que se callara, y acabó pegándole una bofetada.


Al despertar a la mañana siguiente, Pimienta había olvidado el día anterior; como si hubiese nacido de nuevo. Se fue para el café, con su paso rápido, sin distraerse.


No era la primera vez que metían a su padre en la cárcel.


PIMIENTA
Naguib Mahfuz





A mis 12 años de edad estuve a punto de ser atropellado por una bicicleta. Un señor cura que pasaba me salvó con un grito: «¡Cuidado!»

El ciclista cayó a tierra. El señor cura, sin detenerse, me dijo: «¿Ya vio lo que es el poder de la palabra?» Ese día lo supe. Ahora sabemos, además, que los mayas lo sabían desde los tiempos de Cristo, y con tanto rigor que tenían un dios especial para las palabras.

Nunca como hoy ha sido tan grande ese poder. La humanidad entrará en el tercer milenio bajo el imperio de las palabras. No es cierto que la imagen esté desplazándolas ni que pueda extinguirlas. Al contrario, está potenciándolas: nunca hubo en el mundo tantas palabras con tanto alcance, autoridad y albedrío como en la inmensa Babel de la vida actual. Palabras inventadas, maltratadas o sacralizadas por la prensa, por los libros desechables, por los carteles de publicidad; habladas y cantadas por la radio, la televisión, el cine, el teléfono, los altavoces públicos; gritadas a brocha gorda en las paredes de la calle o susurradas al oído en las penumbras del amor. No: el gran derrotado es el silencio. Las cosas tienen ahora tantos nombres en tantas lenguas que ya no es fácil saber cómo se llaman en ninguna. Los idiomas se dispersan sueltos de madrina, se mezclan y confunden, disparados hacia el destino ineluctable de un lenguaje global.

La lengua española tiene que prepararse para un oficio grande en ese porvenir sin fronteras. Es un derecho histórico. No por su prepotencia económica, como otras lenguas hasta hoy, sino por su vitalidad, su dinámica creativa, su vasta experiencia cultural, su rapidez y su fuerza de expansión, en un ámbito propio de 19 millones de kilómetros cuadrados y 400 millones de hablantes al terminar este siglo. Con razón un maestro de letras hispánicas en Estados Unidos ha dicho que sus horas de clase se le van en servir de intérprete entre latinoamericanos de distintos países. Llama la atención que el verbo pasar tenga 54 significados, mientras en la República de Ecuador tienen 105 nombres para el órgano sexual masculino, y en cambio la palabra condoliente, que se explica por sí sola, y que tanta falta nos hace, aún no se ha inventado. A un joven periodista francés lo deslumbran los hallazgos poéticos que encuentra a cada paso en nuestra vida doméstica. Que un niño desvelado por el balido intermitente y triste de un cordero dijo: «Parece un faro». Que una vivandera de la Guajira colombiana rechazó un cocimiento de toronjil porque le supo a Viernes Santo. Que don Sebastián de Covarrubias, en su diccionario memorable, nos dejó escrito de su puño y letra que el amarillo es «la color» de los enamorados. ¿Cuántas veces no hemos probado nosotros mismos un café que sabe a ventana, un pan que sabe a rincón, una cerveza que sabe a beso?

Son pruebas al canto de la inteligencia de una lengua que desde hace tiempo no cabe en su pellejo. Pero nuestra contribución no debería ser la de meterla en cintura, sino al contrario, liberarla de sus fierros normativos para que entre en el siglo venturo como Pedro por su casa. En ese sentido me atrevería a sugerir ante esta sabia audiencia que simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros. Humanicemos sus leyes, aprendamos de las lenguas indígenas a las que tanto debemos lo mucho que tienen todavía para enseñarnos y enriquecernos, asimilemos pronto y bien los neologismos técnicos y científicos antes de que se nos infiltren sin digerir, negociemos de buen corazón con los gerundios bárbaros, los qués endémicos, el dequeísmo parasitario, y devuélvamos al subjuntivo presente el esplendor de sus esdrújulas: váyamos en vez de vayamos, cántemos en vez de cantemos, o el armonioso muéramos en vez del siniestro muramos. Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revólver con revolver. ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?

Son preguntas al azar, por supuesto, como botellas arrojadas a la mar con la esperanza de que le lleguen al dios de las palabras. A no ser que por estas osadías y desatinos, tanto él como todos nosotros terminemos por lamentar, con razón y derecho, que no me hubiera atropellado a tiempo aquella bicicleta providencial de mis 12 años.

BOTELLA AL MAR PARA EL DIOS DE LAS PALABRAS
Gabriel García Márquez


CRONICA ANTONIO CUARTERO
(El becario)

Del 25 al 26 de Mayo va a celebrarse el “I Seminario de Ayudante de dirección en el cine” a cargo de Carlos Gil. Director de cine y televisión y ayudante de dirección de Steven Spielberg. El lugar de la celebración será en el Salón de Actos de la Facultad de las Ciencias de la Comunicación. El plazo de matrícula estará abierto hasta el 22 de mayo y el precio será de 40 euros.

Se ha iniciado el ciclo de cine de Europa, y esta semana continua con “El Final de la escapada” de Jean Luc Godard, el 11 de Mayo a las 21:00 horas en el Paraninfo de la Universidad.

En la Sala de exposiciones del rectorado de Málaga se encuentra la exposición de “Dibujos y pinturas” de Osborn Bayard. Del 10 de mayo al 9 de junio.

Antonio Quero Matas, Director de la Avocación Utopía de las artes, presenta su exposición de pintura “Pulsaciones de la Luz. La esencia de las flores” En la sala de exposiciones de unicaja del 10 de mayo al 1 de junio.

Se abre también el XVII Ciclo de Conciertos de órgano de la catedral. Comienza el día 17 de mayo, con el “Concierto de órgano y dos trompetas”. Los conciertos comenzarán a las 20:50 y la entrada será libre hasta completar aforo.

La diputación de Málaga con su ciclo de actos bajo el nombre de “Málaga 07” presenta este mes varios actos musicales. El sábado 12 de Mayo, se inicia con la actuación Adolfo Langa, cantautor joven pero ya reconocido, que presenta su primer disco. Tendrá lugar en el centro cultural provincial a las 21:00 horas. El precio será de un 1.50 Euros. Y El martes 15 actuará el famoso músico de pop-rock Jonathan Richaman con su disco número 21 Not so much to be loved as to love

El CAC de Málaga, entidad cultural del centro de málaga ofrece un ciclo de largometrajes para los meses de mayo y junio, en la que se visionarán nueve películas en versión original subtituladas en español. Las películas se proyectaran todos los miércoles a las 19:00 horas en el Salón de Actos del CAC de Málaga, con entrada libre hasta completar aforo. La siguiente película será 'La librería del cielo' de Tetsuo Shinohara, este miércoles 9 de Mayo.

El pasado viernes 27 de abril en la localidad de Cártama se presento la primera revista literaria, “Cartha poética”, fruto del taller de literatura que se esta llevando a cabo allí desde el mes de Febrero. Se pretende continuar con más números de esta revista. Y recientemente también en esta localidad se ha inaugurado su Biblioteca Municipal.

Para mas información sobre estos actos consultar http://www.uma.es/, http://www.malagaes.com/, www.malaga.es


Un nuevo encuentro entre literatura y música, encontramos el maravilloso poema de Benedetti versionado por Nacha Guevara... inmenso¡¡¡


Te quiero
Tus manos son mi caricia
mis acordes cotidianos
te quiero porque tus manos
trabajan por la justicia
si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos
tus ojos son mi conjuro
contra la mala jornada
te quiero por tu mirada
que mira y siembra futuro
tu boca que es tuya y mía
tu boca no se equivoca
te quiero porque tu boca
sabe gritar rebeldía
si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos
y por tu rostro sincero
y tu paso vagabundo
y tu llanto por el mundo
porque sos pueblo te quiero
y porque amor no es aureola
ni cándida moraleja
y porque somos pareja
que sabe que no está sola
te quiero en mi paraíso
es decir que en mi país
la gente vive feliz
aunque no tenga permiso
si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho mas que dos.

Mario Benedetti

Había una vez un joven que estaba muy celoso de una muchacha bastante voluble.
Un día le dijo:

-Tus ojos miran a todo el mundo.

Entonces, le arrancó los ojos.
Después le dijo:

-Con tus manos puedes hacer gestos de invitación.

Y le cortó las manos.

“Todavía puede hablar con otros”, pensó.

Y le extirpó la lengua.
Luego, para impedirle sonreír a los eventuales admiradores, le arrancó todos los dientes.
Por último, le cortó las piernas.
“De este modo -se dijo- estaré más tranquilo”.

Solamente entonces pudo dejar sin vigilancia a la joven muchacha que amaba.
“Ella es fea -pensaba-, pero al menos será mía hasta la muerte”.

Un día volvió a la casa y no encontró a la muchacha: había desaparecido, raptada por un exhibidor de fenómenos.

Historia del joven celoso
Henri Pierre Cami

Estaba una fregona por enero
metida hasta los muslos en el río,
lavando paños con tal donaire y brío
que mil necios traía al retortero.
Un cierto conde, alegre y placentero,
le preguntó por gracia si hacía frío.
Respondió la fregona: "Señor mío,
siempre llevo conmigo yo un brasero".
El conde, que era astuto y supo dónde,
le dijo, haciendo rueda como pavo,
que le encendiese un cirio que traía.
Y dijo entonces la fregona al conde,
alzándose las faldas hasta el rabo:
- Pues sople este tizón Vueseñoría.

Francisco de Quevedo