martes, 19 de junio de 2007

LA ARCADIA XII 19-06-07

Premio Internacional de Cuentos
Miguel de Unamuno

Convocado por Caja Duero. Los cuentos, de tema libre, serán inéditos y no premiados en ningún otro concurso. Los trabajos tendrán una extensión no superior a 10 hojas y máximo de 22 lineas. Se remitirán por duplicado, con seudónimo, acompañando a tal fín un sobre cerrado, y en su interior, una hoja con el nombre y apellidos, domicilio, número de teléfono y profesión del autor. El fallo del jurado tendrá lugar durante el cuarto trimestre del año en curso.

Plazo de admisión hasta el 31 de Julio.

Primer premio de 6.000 Euros y dos accesit de 3.000 euros. Más información y envíos en: Caja Duero, Plaza de los Bandos, 15-17. 37002 Salamanca. Tel: 923 279 300 www.cajaduero.es/obras.

Certamen de Poesía y relato Corto

de la Fundación Municipal de la Mujer del Ayuntamiento de Cádiz

Para mayores de 18 años. La temática girará en torno al universo de las mujeres en sus diferentes vertientes. Cada autor podrá presentar una obra poética compuesta por un máximo de cinco poemas que no deben exceder de 30 versos cada uno. Para la convocatoria de relato un máximo de tres relatos cuya extensión oscilará entre los 3 y los 20 folios cada uno. Los trabajos se presentarán por triplicado en un sobre cerrado en el que constará el lema o seudónimo en su parte exterior y la convocatoria a la que se presenta. En su interior se incluirá otro sobre cerrado donde aparecerá el lema en su cara exterior, y en el interior se incluirán los datos del autor/a (nombre, apellidos, domicilio y teléfono) y fotocopia del DNI. El fallo del jurado se hará público durante el año 2007. Obligatoria presencia de premiados.

Primer premio de 900 euros y dos accesit de 450 euros en cada modalidad.

Plazo de presentación 14 de Septiembre de 2007

Información y envios; Fundación Municipal de la Mujer del Ayuntamiento de Cádiz. Centro integral de la Mujer. Plaza del Palillero, s/n. 11001 Cádiz

Tel: 956 211 199

Las bases están publicadas en http://www.andalucía24horas.com

fundación.mujer@telefónica.net


“Escribir durante toda la vida, enseña a escribir.
No se puede escribir sin la fuerza del cuerpo”

Marguerite Duras





…Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros

cantando;

y se quedará mi huerto, con su verde árbol,

y con su pozo blanco.

Todas la tardes, el cielo será azul y plácido;

y tocarán, como esta tarde están tocando,

las campanas del campanario.

Se morirán aquellos que me amaron;

y el pueblo se hará nuevo cada año;

y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado.

mi espíritu errará, nostálgico…

Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol

verde, sin pozo blanco,

sin cielo azul y plácido…

Y se quedarán los pájaros cantando.

El viaje definitivo

Juan Ramón Jiménez



Aquel hombre soñó que estaba preso. Con matices, claro, con diferencias. Por ejemplo, en la pared del sueño había un afiche de París; en la pared real sólo había una oscura manda de humedad. En el piso del sueño corría una lagartija; desde el suelo verdadero lo miraba una rata.

El preso soñó que estaba preso. Alguien le daba masajes en la espalda y él empezaba a sentirse mejor. No podía ver quien era, pero estaba seguro de que se trataba de su madre, que en eso era una experta. Por el amplio ventanal entraba el sol mañanero y él lo recibía como una señal de libertad. Cuando abrió los ojos, no había sol. El ventanuco con barrotes (tres palmos por dos) daba a un pozo de aire, a otro muro de sombra.

El preso soñó que estaba preso. Que tenía sed y bebía abundante agua helada. Y el agua le brotaba de inmediato. Tenía conciencia de por qué lloraba, pero no se lo confesaba ni siquiera a sí mismo. Se miraba las manos ociosas, las que antes construyeron torsos, rostros de yeso, pierna, cuerpos enlazados, mujeres de mármol. Cuando despertó, los ojos estaban secos, las manos sucias, las bisagras oxidadas, el pulso galopante, los bronquios sin aire, el techo con goteras.

A esta altura, el preso decidió que era mejor soñar que estaba preso. Cerró los ojos y se vió con un retrato de Milagros entre las manos. Pero él no se conformaba con la foto. Quería a Milagros en persona, y ella compareció, con una amplia sonrisa y un camisón celeste. Se arrimó para que él se lo quitara y él, no faltaba más, se lo quitó. La desnudez de Milagros era por supuesto milagrosa y él la fue recorriendo con toda su memoria, con todo su disfrute. No quería despertarse, pero se despertó, unos segundos antes del orgasmo onírico y virtual. Y no había nadie. Ni foto de Milagros ni camisón celeste. Admitió que la soledad podía ser insoportable.

El preso soñó que estaba preso. Su madre había cesado los masajes, entre otras cosas porque hacía años que había muerto. A él le invadió la nostalgia de su mirada, de su canto, de su regazo, de sus caricias, de sus reproches, de sus perdones. Se abrazó a sí mismo, pero así no valía. Milagros le hacía adiós, desde muy lejos. A él le pareció que desde un cementerio. Pero no podía ser. Era desde un parque. Pero en la celda no habia parque, de modo que, aun dentro del sueño, tuvo conciencia de que era eso: un sueño. Alzó su brazo para también él brindar su adiós. Pero su mano era sólo un puño, y como es sabido, los puños no han aprendido a decir adiós.

Cuando abrió los ojos, el camastro de siempre le transmitió un frió impertinente. Tembloroso, entumecido, trató de calentar sus manos con el aliento. Pero no podía respirar. Allá, en el rincón, la rato lo seguía mirando, tan congelada como él. Él movió una mano y la rata adelantó una pata. Eran viejos conocidos. A veces él arrojaba un trozo de su horrible, despreciable menú. La rata era agradecida.

Así y todo, el preso echó de menos a la verde, agilísima lagartija de sus sueños y se durmió para recuperarla. Se encontró con que la lagartija había perdido la cola. Un sueño así, ya no valía la pena de ser soñado. Y sin embargo. Sin embargo empezó a contar con los dedos los años que le faltaban. Uno, dos, tres, cuatro y despertó. En total eran seis y había cumplido tres. Los contó de nuevo, pero ahora con los dedos despiertos.

No tenía radio, ni reloj, ni libros, ni lápiz, ni cuaderno. A veces cantaba bajito para llenar, precariamente, el vacío. Pero cada vez recordaba menos canciones. De niño también había aprendido oraciones que le había enseñado la abuela. Pero ahora ¿a quién le iba a rezar? Se sentía estafado por Dios, pero tampoco él quería estafar a Dios.

El preso soñó que estaba preso y que llegaba Dios y le confesaba que se sentía cansado, que padecía insomnio y que eso lo agotaba, y que a veces, cuando por fin lograba conciliar el sueño, tenía pesadillas, en las que Jesús le pedía auxilio desde la cruz, pero Él estaba encaprichado y no se lo daba.

Lo peor de todo, le decía Dios, es que Yo no tengo Dios a quien encomendarme. Soy como un Huérfano con mayúscula. El preso sintió lástima por ese Dios tan solo y abandonado. Entendió que, en todo caso, la enfermedad de Dios era la soledad, ya que su fama de supremo, inmarcesible y perpetuo espantaba a los santos, tanto a los titulares como a los suplentes. Cuando despertó y recordó que era ateo, se le acabó la lástima hacia Dios, más bien sintió lástima de sí mismo, que se hallaba enclaustrado, solitario, sumido en la mugre y en el tedio.

Después de incontables sueños y vigilias, llegó una tarde en que dormía y fue sacudido en la brusquedad habitual, y un guardia le dijo que se levantara porque le habían concedido la libertad. El preso sólo se convenció de que no soñaba cuando sintió el frió del camastro y verificó la presencia eterna de la rata. La saludó con pena y luego se fue con el guardia para que le dieran la ropa, algún dinero, el reloj, un bolígrafo, una cartera de cuero, lo poco que le habían quitado cuando fue encarcelado.

A la salida no lo esperaba nadie. Empezó a caminar. Caminó como dos días, durmiendo al borde del camino o entre los árboles. En un bar de suburbio comió dos sándwiches y tomó una cerveza en la que reconoció un sabor antiguo. Cuando por fin llegó a casa de su hermana, ella casi se desmayó por la sorpresa. Estuvieron abrazados como diez minutos. Después de llorar un rato ella le preguntó qué pensaba hacer. Por ahora, una ducha y dormir, estoy francamente reventado. Después de la ducha, ella lo llevó hasta un altillo, donde había una cama. No un camastro inmundo, sino una cama limpia, blanca y decente. Durmió más de doce horas de un tirón. Curiosamente, durante ese largo descanso, el ex preso soñó que estaba preso. Con lagartija y todo.

De BUZÓN DE TIEMPO… Soñó que estaba preso

Mario Benedetti


Cuentan que un hombre compró a una muchacha por cuatro mil denarios. Un día la miró y echó a llorar. La muchacha le preguntó por qué lloraba; él respondió:

-Tienes tan bellos ojos que me olvido de adorar a Dios.

Cuando quedó sola, la muchacha se arrancó los ojos. Al verla en ese estado el hombre se afligió y le dijo:

-¿Por qué te has maltratado así? Has disminuido tu valor.

Ella le respondió:

-No quiero que haya nada en mí que te aparte de adorar a Dios.

A la noche, el hombre oyó en sueños una voz que le decía:

-La muchacha disminuyó su valor para ti, pero lo aumentó para nosotros y te la hemos tomado.

Al despertar, encontró cuatro mil denarios bajo la almohada. La muchacha estaba muerta.

Los ojos culpables

Ah'med Ech Chiruani


Crónica de Antonio Cuartero

Inmersos en plena época de exámenes y con las vacaciones ya muy cercanas, nuestra agenda de actos culturales no hace más que crecer.

El ciclo de cine Japonés que nos lleva presentando el CAC de Málaga sigue adelante con “Sol de media noche” del director Norihiro Koizumi, este miércoles 20 de junio a las 19:00 horas en el salón de actos del CAC de Málaga. La entrada será libre hasta completar aforo.

El ciclo de “Flamenco y poesía” finaliza este 25 de junio con “Como se arriman las salamanquesas”, la presentación la hará Aurora Luque, las coplas correrán a cargo de Jorge Riechmann, y al cante irá José Chamizo Mena y a la guitarra Andrés Cansino. El acto tendrá lugar en el centro cultural provincial a las 20:30 horas.

Se convoca el IV Concurso de arte campo abierto de los Pepones. El plazo de presentación de los trabajos finaliza el 6 de julio, y tiene una dotación de 1500 euros. Las bases podrán concursarse en el Palacio de Beniel de Vélez-Málaga.

Se presenta la exposición José Echegaray “Una mirada global” durante el 28 de junio hasta el 19 de julio. En la sala de exposiciones del edificio Rectorado de la Universidad de Málaga.

Se inicia la VI Velada de Gibralfaro en solidaridad con Palestina. El 6 de julio de 2007 en el Castillo Gibralfaro a las 21:30 horas. La entrada tendrá un precio de 20 euros y podrán adquirirse en librería proteo o discos candilejas.

El II Premio de pintura de málaga has sido fallado y la ganadora has sido Rocío Texeira, estudiante de Bellas Artes. La exposición de las obras premiadas podrán verse en la Sala de la Muralla del Edificio Rectorado del 12 de junio al 10 de julio.

El museo interactivo de la Música (Muralla de la plaza de la Marina) acoge una exposición e instrumentos musicales históricos. Las visitas tendrán lugar los lunes de 9:00 a 15:00 de martes a viernes de 9:00 a 20:30 y los sábados y domingos de 11:00 a 20:30 horas.

Para más información dpm-cultura.ogr, malaga.es, malaga.com, cac.malaga.org.

En algún lugar de la India. Una fila de piezas de artillería en posición. Atado a la boca de cada una de ellas hay un hombre. En primer plano de la fotografía, un oficial británico levanta la espada y va a dar orden de disparar. No disponemos de imágenes del efecto de los disparos, pero hasta la más obtusa de las imaginaciones podrá 'ver' cabezas y troncos dispersos por el campo de tiro, restos sanguinolentos, vísceras, miembros amputados. Los hombres eran rebeldes. En algún lugar de Angola. Dos soldados portugueses levantan por los brazos a un negro que quizá no esté muerto, otro soldado empuña un machete y se prepara para separar la cabeza del cuerpo. Esta es la primera fotografía. En la segunda, esta vez hay una segunda fotografía, la cabeza ya ha sido cortada, está clavada en un palo, y los soldados se ríen. El negro era un guerrillero. En algún lugar de Israel. Mientras algunos soldados israelíes inmovilizan a un palestino, otro militar le parte a martillazos los huesos de la mano derecha. El palestino había tirado piedras. Estados Unidos de América del Norte, ciudad de Nueva York. Dos aviones comerciales norteamericanos, secuestrados por terroristas relacionados con el integrismo islámico, se lanzan contra las torres del World Trade Center y las derriban. Por el mismo procedimiento un tercer avión causa daños enormes en el edificio del Pentágono, sede del poder bélico de Estados Unidos. Los muertos, enterrados entre los escombros, reducidos a migajas, volatilizados, se cuentan por millares.

Las fotografías de India, de Angola y de Israel nos lanzan el horror a la cara, las víctimas se nos muestran en el mismo momento de la tortura, de la agónica expectativa, de la muerte abyecta. En Nueva York, todo pareció irreal al principio, un episodio repetido y sin novedad de una catástrofe cinematográfica más, realmente arrebatadora por el grado de ilusión conseguido por el técnico de efectos especiales, pero limpio de estertores, de chorros de sangre, de carnes aplastadas, de huesos triturados, de mierda. El horror, escondido como un animal inmundo, esperó a que saliésemos de la estupefacción para saltarnos a la garganta. El horror dijo por primera vez 'aquí estoy' cuando aquellas personas se lanzaron al vacío como si acabasen de escoger una muerte que fuese suya. Ahora, el horror aparecerá a cada instante al remover una piedra, un trozo de pared, una chapa de aluminio retorcida, y será una cabeza irreconocible, un brazo, una pierna, un abdomen deshecho, un tórax aplastado. Pero hasta esto mismo es repetitivo y monótono, en cierto modo ya conocido por las imágenes que nos llegaron de aquella Ruanda-de-un-millón-de-muertos, de aquel Vietnam cocido a napalm, de aquellas ejecuciones en estadios llenos de gente, de aquellos linchamientos y apaleamientos, de aquellos soldados iraquíes sepultados vivos bajo toneladas de arena, de aquellas bombas atómicas que arrasaron y calcinaron Hiroshima y Nagasaki, de aquellos crematorios nazis vomitando cenizas, de aquellos camiones para retirar cadáveres como si se tratase de basura. Siempre tendremos que morir de algo, pero ya se ha perdido la cuenta de los seres humanos muertos de las peores maneras que los humanos han sido capaces de inventar. Una de ellas, la más criminal, la más absurda, la que más ofende a la simple razón, es aquella que, desde el principio de los tiempos y de las civilizaciones, manda matar en nombre de Dios. Ya se ha dicho que las religiones, todas ellas, sin excepción, nunca han servido para aproximar y congraciar a los hombres; que, por el contrario, han sido y siguen siendo causa de sufrimientos inenarrables, de matanzas, de monstruosas violencias físicas y espirituales que constituyen uno de los más tenebrosos capítulos de la miserable historia humana. Al menos en señal de respeto por la vida, deberíamos tener el valor de proclamar en todas las circunstancias esta verdad evidente y demostrable, pero la mayoría de los creyentes de cualquier religión no sólo fingen ignorarlo, sino que se yerguen iracundos e intolerantes contra aquellos para quienes Dios no es más que un nombre, nada más que un nombre, el nombre que, por miedo a morir, le pusimos un día y que vendría a dificultar nuestro paso a una humanización real. A cambio nos prometía paraísos y nos amenazaba con infiernos, tan falsos los unos como los otros, insultos descarados a una inteligencia y a un sentido común que tanto trabajo nos costó conseguir. Dice Nietzsche que todo estaría permitido si Dios no existiese, y yo respondo que precisamente por causa y en nombre de Dios es por lo que se ha permitido y justificado todo, principalmente lo peor, principalmente lo más horrendo y cruel. Durante siglos, la Inquisición fue, también, como hoy los talibán, una organización terrorista dedicada a interpretar perversamente textos sagrados que deberían merecer el respeto de quien en ellos decía creer, un monstruoso connubio pactado entre la Religión y el Estado contra la libertad de conciencia y contra el más humano de los derechos: el derecho a decir no, el derecho a la herejía, el derecho a escoger otra cosa, que sólo eso es lo que la palabra herejía significa.

Y, con todo, Dios es inocente. Inocente como algo que no existe, que no ha existido ni existirá nunca, inocente de haber creado un universo entero para colocar en él seres capaces de cometer los mayores crímenes para luego justificarlos diciendo que son celebraciones de su poder y de su gloria, mientras los muertos se van acumulando, estos de las torres gemelas de Nueva York, y todos los demás que, en nombre de un Dios convertido en asesino por la voluntad y por la acción de los hombres, han cubierto e insisten en cubrir de terror y sangre las páginas de la Historia. Los dioses, pienso yo, sólo existen en el cerebro humano, prosperan o se deterioran dentro del mismo universo que los ha inventado, pero el `factor Dios´, ese, está presente en la vida como si efectivamente fuese dueño y señor de ella. No es un dios, sino el `factor Dios´ el que se exhibe en los billetes de dólar y se muestra en los carteles que piden para América (la de Estados Unidos, no la otra...) la bendición divina. Y fue en el `factor Dios´ en lo que se transformó el Dios islámico que lanzó contra las torres del World Trade Center los aviones de la revuelta contra los desprecios y de la venganza contra las humillaciones. Se dirá que un dios se dedicó a sembrar vientos y que otro dios responde ahora con tempestades. Es posible, y quizá sea cierto. Pero no han sido ellos, pobres dioses sin culpa, ha sido el `factor Dios´, ese que es terriblemente igual en todos los seres humanos donde quiera que estén y sea cual sea la religión que profesen, ese que ha intoxicado el pensamiento y abierto las puertas a las intolerancias más sórdidas, ese que no respeta sino aquello en lo que manda creer, el que después de presumir de haber hecho de la bestia un hombre acabó por hacer del hombre una bestia.

Al lector creyente (de cualquier creencia...) que haya conseguido soportar la repugnancia que probablemente le inspiren estas palabras, no le pido que se pase al ateísmo de quien las ha escrito. Simplemente le ruego que comprenda, con el sentimiento, si no puede ser con la razón, que, si hay Dios, hay un solo Dios, y que, en su relación con él, lo que menos importa es el nombre que le han enseñado a darle. Y que desconfíe del `factor Dios´. No le faltan enemigos al espíritu humano, mas ese es uno de los más pertinaces y corrosivos. Como ha quedado demostrado y desgraciadamente seguirá demostrándose.

El 'factor Dios'

José Saramago




Es agradable atardecer en el Salón de los Espejos,

porque el espejo es metáfora de los infinito

y también lo es el fuego, pues la luz –como la mariposa ante la llama y su fulgor-

roza levemente el espejo para de inmediato abandonarlo.

Y es pájaro; la refracción y reflexión de la luz son sólo vuelos.

El espejo es el otro, si no lo fuera no sería espejo, sería espejismo,

que es tanto como decir sofisma del espejo.

Comienzo de toda ficción o irrealidad no soporta el peso de la sombra.

Desde su lado oscuro, que es el lado oscuro de la luna,

se siente cómplice de las grandes ficciones,

denunciante del tiempo y sus sevicias,

servil hasta la imitación,

trampa de los narcisos confiados.

Su alma es vengativa: aliada al destino, maldice a aquel que

imprudente o consciente la destruye.

Pero más que nada el espejo es filosofía pura.

Cuántas veces me has preguntado:

¿Qué refleja un espejo ante otro espejo?

¿Qué hacen cuando nadie les mira?

Nada es claro ni nada es definitivo en la claridad del espejo.

¿Reflejan las noches los espejos?

¿Conmueve la belleza a los espejos?

¿Son insensibles a nuestra destrucción?

¡Si pudiéramos revelar –como se obtiene el misterio de la fotografía-

las imágenes que oculta la plata del espejo¡

Y es prueba clínica de la muerte real.

De Poemas

Rafael Pérez Estrada

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